domingo, 21 de septiembre de 2008

Regreso a la medicina de beneficencia


Ahora que los grandes señores de la pasta quiebran tras enriquecerse con dinero ajeno, se oyen voces que claman para que el Estado intervenga más y evite así males mayores. Ahora que los liberales duros se esconden y la realidad demuestra los inmensos agujeros del capitalismo salvaje, son cada vez más los que piensan que la sanidad también va camino de la quiebra. O, mejor dicho, de la extinción. Hablo, por supuesto, de la sanidad pública española.


La Comunidad de Madrid ya ha puesto los nuevos hospitales públicos en manos de empresas privadas. En Galicia hay cada vez más fundaciones sanitarias que gestionan la asistencia pública. En Cataluña las cosas van por igual camino. También en Valencia. En todos los lugares se están cargando, con dinero público, la asistencia sanitaria que todos pagamos. Apuestan por ello quienes predican el liberalismo atroz y consideran al Estado como un enemigo, y los socialdemócratas de pacotilla que pretenden medrar.

Por si alguien todavía no se ha enterado, circulan comentarios inquietantes sobre la privatización de parte de los hospitales públicos. Es decir, se habla de que los servicios más punteros de estos centros terminarán en manos privadas y los de menor rango seguirán donde han estado siempre. Vayámonos preparando para entrar en los hospitales con la tarjeta de crédito por delante. Habrá una sanidad de primera y otra de segunda o de tercera. O sea, o la beneficencia, como en aquellos tiempos predemocráticos, o la excelencia a golpe de Visa.

Cada vez que un ministro o un presidente salga diciendo que la sanidad se lleva un pastón, estará dando un paso más hacia lo dicho. Las aseguradoras lo están deseando. Las clínicas privadas también. Falta saber cómo vender tal barbaridad a los ciudadanos y sin que las urnas del partido en Moncloa se resientan. Todo se andará

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